miércoles, 25 de febrero de 2009

"Labor Religiosa no es hacer política, tampoco cultura de la muerte"

LABOR RELIGIOSA NO ES HACER POLÍTICA, TAMPOCO CULTURA DE LA MUERTE

Escribo como español, víctima por la traición a España, al gobierno legal, el resultante de las elecciones de 1936. Mi madre muerta y mi padre encarcelado en una casona aprovechada al efecto en mi villa asturiana y seguidamente lo trasladaron a Celanova (Ourense) donde –igual que ocurrió en otros muchos lugares-- quedó cautivo en monasterio de la iglesia que dedicaron a cárcel, en la que en 1938 ya había 1200 reclusos fieles al gobierno vencido (por las pistolas) y de esa cifra el 83 % eran asturianos. Quedé huérfano a mis cinco años de edad, niño mártir de la guerra. Mi hermana, que era la mayor de nosotros, a sus 12 años derivó en sirvienta, sin sueldo, en casa de familia con bar y hospedaje. Con mis tres hermanos, fui exiliado en hospicios, que denominaban hogares, del “Auxilio Social”, de los cuales me escapé en 1947, después de tenerme encerrado durante cerca de doce años de mi niñez y juventud, en los que, penando muchas hambres y castigos, sin disfrutar ni de un solo juguete y ni tan siquiera de un columpio, no recibí más enseñanza que la muy elemental de entonces, denominada de las cuatro reglas y todo aquello que se encontraba encerrado entre el himno Cara al Sol y el rezo Yo Pecador. Mi hermana y dos de mis hermanos, pronto murieron tuberculosos, mal por el que perduro careciendo de un pulmón, habiendo sido varias veces intervenido quirúrgicamente. No obstante a la situación de mi familia y al suplicio que el fascismo --y el catolicismo de nuestro clero, acaso temeroso de que el gobierno de 1936 le quitara prebendas repitiendo la desamortización de Mendizábal nos hicieron padecer-- dos de mis hermanos, contradictoriamente, fueron internados en seminario de estudio sacerdotal, carrera que dejaron antes de ordenarse y, al que esto escribe, lo hicieron monaguillo.

Podría explicar muchos más suplicios vividos, tal como ocurrió el hecho de que a mis siete años de edad, un falangista voceando: hay que matar a todos los rojos y a los hijos de los rojos, intentó tirarme a un caudaloso río, el Aranguín, a su paso por Agones-Pravia, de lo cual me salvaron unas bravas mujeres y, también, por los conatos de pederastia que sufrí, de personajes de la profesión que mayor ejemplo debería demostrar, me digo: no entiendo como es que actuales altos cargos de nuestra Iglesia siguen copiando malos hechos de sus anteriores

En tan largo tiempo de esperar el más digno actuar de superiores jerarcas eclesiales, todavía con frecuencia, se leen frases en la prensa como la que, entre otras, un elevado clérigo emitió aplicándola a actuales políticos que proyectan la ley del aborto: están fomentando la cultura de la muerte. Ello hace rememorar que, precedentes dignatarios cristianos apadrinaron titulando cruzada a la traidora, rebelión guerra 1936/39 y estimulando a la terrorífica dictadura, le dieron la denominación de movimiento nacional catolicismo, a la vez que en sus actos ensalzaban, portando bajo palio, al sublevado y cruel caudillo, “por la gracia de Dios”, que quedó, como máximo responsable del episodio de mayor número de asesinatos en la historia de España; luctuoso periodo de exterminio que produjo más de dos millones de muertos en trincheras, persecuciones, represalias y por tuberculosis y otras enfermedades causadas por las miserias sobrevenidas del amplísimo periodo bélico y –sabiendo de la abundante natalidad de entonces-- puede que provocó más de tres millones de chiquillos huérfanos. Pues ahora, en lugar de verse arrepentidos y solicitar perdón de continuo por los daños cometidos, con el deplorable ejemplo que ofrecieron a varias generaciones de niños de aquella larga y penosa época, parece que, continúan mostrándose apartados del mensaje evangélico, contrarios a cerrar las heridas. Se notan ejerciendo en contienda, incitando a odios y enfrentamientos en la ciudadanía, con lo que, a la vez, listados de sus colaboradores, “Caídos por Dios y Por España” aún persisten en fachadas de nuestros templos. Dolorosamente, no parece que se quieran enterar de que, históricamente, vienen sembrando descreencia, induciendo a la pérdida de FE. Y los agradecidos y herederos de todo aquello, que quedó titulado como franquismo, ocultando los actos de sus abuelos ó de sus padres y diciéndonos que defienden sus principios, no quieren permitir que se desvele la verdadera memoria histórica. Sin embargo, deberíamos todos reconocer que, precisamente por ser historia, tenemos que conocerla y condenarla.

Uxenu Ablaña, praviano en Compostela, delegado de AGE (asociación Guerra y Exilio ). Julio 2008

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